La poesía de Carmen Villoro

Juan Domingo Argüelles

Fuente: El Universal, México D.F., Miércoles 28 de Febrero de 1996

En 1990, Carmen Villoro publicó en la colección El Ala del tigre, de la UNAM, un hermoso libro que lleva por título Que no se vaya el viento, en el cual no son escasas las páginas celebrables y de cuya lectura guardamos más de un hermoso poema en la memoria, como esta Niña de ojos grises: “Tus ojos me recuerdan/ una estación vacía,/ el tren que pasa en medio de la bruma./ Niña,/ si parpadeas,/ tomo la gabardina,/ abro el paraguas/ porque es preludio de lluvias tu mirada”.

La poesía de Carmen Villoro es un ejemplo de lirismo que sabe nombrar las cosas; una sencillez engañosa en el sentido zaidiano: no es fácil lo que se lee fácilmente: no es simple el ejercicio de una poesía directa que lo que busca es conmover en la acepción más noble de la palabra conmoción, esto es de la emoción acendrada, como en estos versos en los cuales se halla el que da título al libro antes citado: “Ya las últimas lluvias/ disuelven el verano./ Tu cuerpo así desnudo/ me parece una tarde de septiembre./ Sortilegio del tiempo es esta luz/ que apenas toca/ las palpitaciones calladas de mi aliento./ Hay que prender la lámpara/ a las seis de la tarde./ Que no se vaya el viento,/ ni el perfume de otoño,/ ni tu piel, ni tu espacio/ cuando llegue la noche”.

Tres años después de haber publicado Que no se vaya el viento, Carmen Villoro reafirmó su vocación lírica con otro bello poemario: Delfín desde el principio (México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1993, colección Margen de Poesía) en el cual está presente, otra vez, esa nostalgia cargada de sentido que le confiere a la palabra poética una hondura de la que carecen los malabares y los juguetitos de palabras tan al día en la literatura mexicana.

Los mayores logros de este volumen están en algunas brevedades dignas de releerse; tal es el caso de este “Carrusel”: “Como el mar, como el aire/ lo que busca es perderse,/ privilegio de instante que le otorga/ su natural y alegre/ designio de moverse”. O bien, esta cuarteta de Motivos del mar: algo quieres decirme en la memoria/ yo te conozco/ Delfín/ desde el principio.”

Dos son los territorios en los que funda Carmen Villoro su poesía: la infancia y la sensualidad; en esos sus dos primeros poemarios están presentes de manera recurrente. Hay un fino erotismo en ciertas imágenes de una auténtica poesía que busca “comunicar” antes que “sorprender”. Así escribe en una de las secciones de Que no se vaya el viento “Me acuesto en el regazo de tu lengua/ y la balsa nos va llevando lento/ hacia el despeñadero, hacia la orilla/ hacia el beso pendiente, hacia el abrazo/ que desliza los cuerpos mar adentro”. Y en este mismo libro, al describir la mano amante la define equívocamente: “Claridad silenciosa/ que aletea/ sobre mi piel oscura”.

Un tono similar hay en algunas brevedades plenas de sensualidad de Delfín desde el principio: “Soy la costa invadida/ la playa abierta,/ tócame/ que el mar lo tiene todo permitido”; “Algo traes en el mar/ cuando me tocas, quizá es que traes el mar/ y que me tocas”.

El más reciente poemario de Carmen Villoro lleva por título Herida luz (Guadalajara, Ediciones Toque, 1995, colección de Poesía) y en él reconfirma una tensión lírica que no es frecuente hallar en el ámbito de la nueva poesía mexicana.

Con sus breves poemarios, Carmen Villoro ha ido construyendo, lentamente, una obra originalmente emotiva.

Herida luz, entrevera dos lenguajes poéticos en un texto de una veintena de estancias que se encuentran, sin duda, entre lo mejor que ha escrito hasta ahora Carmen Villoro. Desde el arranque mismo, Herida luz, posee la fuerza lírica que el buen lector de poesía agradece: “Un perro nos mordió Lumara,/ hasta los huesos;/ nos desgarró la carne/ con sus veinte pezuñas;/ hincó sus filos negros como el alba,/ con este despertar y no tenerte,/ o no tenerte casi porque acaso te vas/ y yo me quedo,/ me desangro,/ me rompo, me vuelvo un esqueleto seco/ para seguir tus pasos a la sombra”. Y páginas más adelante: “Navegamos en una misma herida,/ en una misma incertidumbre/ contra la luz viajamos./ Somos un solo cuerpo destazado,/ una sola pegunta,/ un solo inacabable/ grito somos”.

Hay, en Herida luz, momentos singulares que nombran la emoción y la transmiten; como es el caso del dolor, tan magistralmente reflejado en esta imagen: “Nada es más doloroso que el dolor;/ nada duele tanto,/ nada me saja el cuerpo/ con la exacta pericia,/ los límites perfectos,/ la hendidura precisa/ con que el dolor lo hace./ Cómo duele el dolor si no es del cuerpo,/ cómo duele en el cuerpo”.

Paralelamente a la lectura del poema narrativo, Villoro incorpora el lenguaje de la admonición que es a la vez exorcismo del miedo, como en estas cursivas; “Ya no me mierdes, muerte, no me mierdes,/ no me llenes de dientes la garganta”. La poesía de Carmen Villoro es un pleno ejemplo de rigor y pasión en el panorama actual de la lírica mexicana.