La casa
Qué muro has de llevarte,
qué ladrillo,
si todo se fraguó
con el calor del cuerpo
que nos dimos.
Te pertenecen cuadros,
muebles,
o a mí me pertenecen.
Y qué es la pertenencia
sino el tiempo añejado,
el silencioso paso de los días
en las habitaciones.
La casa ha madurado
como una noble fruta,
desgajarla sería
un acto de violencia.
Llévate el techo aquél
que protegió los sueños
como una mano tibia.
Empaca una ventana,
¿no ves que tiene entre sus luces
tu mirada?
Me quedo con la puerta,
por ella entreveré
de pronto tu silueta
y pensaré que es casa todavía,
que es todavía mi casa.
Los cajones se ríen de nuestros pleitos.
Ellos saben guardar
la suave intimidad
que hizo crecer las plantas del jardín,
humedeció las vigas,
oxidó los alambres escondidos,
abrió paso al salitre en los mosaicos.
Los adornos se asustan,
temen la quebradura,
el cambio de lugar.
No podrían con las flores los floreros
si quitas esa mesa,
si la cortina se abre a otro paisaje.
Mejor dejarla sola,
plena de las palabras
que un día le dieron vida.
Mejor irnos los dos
cada uno por su lado.
Que la casa resista
como un barco encallado
después de la tormenta.
Que muera lentamente
como una vieja digna
arraigada a su polvo,
a sus recuerdos.
De Espiga antes del viento, La Zonámbula, 2018