La chancla de hule

La cubrirá la arena;

una oleada de mar la arrojará al abismo.

Mas, qué puedo yo hacer por esta chancla,

no tiene par, no es mía,

nada tiene que hacer en esta playa,

tampoco en otra parte encontrará su sitio.

Pero algo me detiene junto a ella.

Si hay hombres que se sienten seguros junto al mar,

si en la selva o el monte recuperan

la biología perdida

o el correr milenario de su sangre

se escucha nuevamente junto a un río,

hay otros que se sienten confortados,

nos sentimos,

por una llanta vieja o un paraguas.

Seres cuyo paisaje

de alcantarillas y de elevadores

nos da el sosiego que a otros

el halo de la luna les otorga.

Siento junto a esta chancla

lo que sentí otras veces

cuando al dejar la oscuridad del campo

su silencio,

el valle abierto,

la carretera larga como el tiempo,

la ciudad con sus luces

se presentó a mi amparo.

Nada menos humano

que un hule que no sirve

pero en ella se encuentra quizá todo:

la huella de unos pies,

la intimidad de un baño,

el olor de una toalla,

el miedo que a la muerte le tenemos.

“El hombre y sus objetos” he de pensar un rato;

a mis manos regresarán la pala y la cubeta

con las que hace treinta años cavé un foso

que el mar llenó de pronto,

la camiseta roja, la diadema,

el sombrero de paja en la silla de lona

donde quedó marcado para esfumarse pronto

la silueta húmeda de un cuerpo.

Y todo por la chancla

que alguien olvidó

sobre la arena.

De Espiga antes del viento, La Zonámbula, 2018